FRAGMENTO 3.
Me revuelvo en la silla, todavía conmocionado, casi sin querer me fijo en el recorte de periódico enmarcado. Es una noticia de hace unos 15 años, quizá más. El titular reza: “Científicos descubren una fuente alternativa de energía”. Entre los bordes rotos y amarillentos de la página de periódico se puede ver una instantánea en blanco y negro. En ella, un hombre de barba y pelos canos, exquisitamente recortados, desnudo de cintura para arriba, extiende sus manos y sus dedos en el interior de una campana gigante de cristal. En varias partes de su cuerpo ha colocado una serie de parches conductores de los cuales emergen cables gruesos que, a su vez, lo conectan a la base de la campana, una superficie gruesa hecha de un material superconductor. Sobre el artilugio hay dos antenas, una enfrentada contra la otra, y entre ambas, una gruesa onda de electricidad que se transmite por el aire, sin cables.
Antes mentí. Sí que conocía a ese
hombre. Ese hombre es mi padre. Era mi padre, hasta que desapareció. Un
reputado científico, aclamado por la crítica, alabado por la sociedad,
laureado, hasta que cometió el terrible
error de embarcarse en su último proyecto. Mi padre sostenía con vehemencia que
el cuerpo humano era capaz de producir energía eléctrica a voluntad, que con un
pequeño esfuerzo de la mente, una alimentación adecuada y un aparato
electrónico específico, cada ser humano era capaz de producir toda la energía eléctrica que necesitara.
Fruto de numerosas investigaciones diseñó aquel ingenio que
permitía encauzar la energía eléctrica corporal y almacenarla en su base.
Debido al carácter de las experimentos no encontró a nadie que se prestara voluntario, por lo que él mismo se aplicó los cátodos, se
introdujo en la campana y accionó los controles. En la foto se muestra la
presentación del invento ante El Real Instituto de Estudios Científicos de
Keaton y al resto de investigadores de la ciudad despellejándose las
palmas de las manos en un efusivo aplauso. El resultado fue un
éxito, tan sólo cinco minutos de
exposición sirvieron para generar energía
como para iluminar toda la sala de reuniones durante más de tres horas.
El periódico se deshacía en alabanzas y auguraba un futuro muy prometedor tanto para el eminente científico cincuentón, como para su brillante hijo, estudiante de Ciencias del Derecho. Esa fue la última vez que lo vi. Una semana después, cuando volví de la facultad a nuestra acomodada casa en el Centro, ésta estaba rodeada de curiosos. Varios obreros con monos de trabajo cargaban nuestros muebles y pertenencias en vagones de transporte autopropulsados. Un agente me impidió la entrada a la casa y me pidió que esperara fuera hasta que llegara uno de los Notarios del Consejo.
Esperé pacientemente durante
horas, observando cómo se lo llevaban todo. Cuando acabaron, aquel ave de mal
agüero, de semblante estirado y vestido con un impecable chaqué negro con
pajarita se acercó a mí. Me miró desde arriba, hinchando las aletas de la nariz
y dándome tiempo para que prepara mi
mente entes de darme la mala noticia.
Recuerdo cómo sacó una carpeta de cuero
negro y gastado de debajo del brazo, la abrió lentamente y señaló varias cosas
con el dedo, murmurando entretanto para sí.
-
¿Jason Steinbeck, hijo de Joachim Steinbeck? - inquirió.
Asentí con la cabeza y entonces
me tendió la carpeta. En ella, la Alcaldía me informaba que mi padre se había
largado de la ciudad, llevándose con él los informes, los inventos y toda la
información relativa al último descubrimiento energético que había realizado.
Se me advertía que dicho proceder contravenía
las licencias de investigación que le habían otorgado, señalándolo como
proscrito y procediéndose por tanto, a embargar todas las pertenencias
que el mismo tuviere en la ciudad. No obstante, la Alcaldía, en atención a mi
brillante carrera universitaria, me permitía conservar el piso en las afueras
de mi madre, y el alquiler preexistente de
la oficina en el Edificio
Comercial.
Ni una nota, ni una mención a mi persona entre todo el papeleo, ni un adiós. La relación con mi padre nunca había sido fluida, pero jamás hubiera pensado que me abandonaría, no después de que madre muriera.
Una llamada de teléfono me trae de vuelta de mis recuerdos, de aquellos tiempos pasados que siempre fueron mejores, o no, depende del prisma con el que se miren. El ring ring de la campana del teléfono insiste mientras me deshago de los últimos vestigios del pasado. El auricular de forma alargada salta sobre la base del teléfono con furia, anhelando mi cálido abrazo. Descuelgo el auricular y me lo llevo al oído. No se oye nada. Espero. Una respiración, joven, sonora, intencionada.
- Mire por la ventana. - Me apremia un voz masculina y potente.
Cojo la base del teléfono y
estiro suavemente del cable para acercarme a la ventana. Abajo, un Rolls
Royce, clase excellence, de los que
llevan turbo a vapor, se encuentra aparcado sobre la acera. Dos hombres con
gabardina y sombreros negros rodean a la chica que me ha visitado hace unos
momentos y la obligan a entrar al vehículo, ésta se resiste y se golpea contra
uno de los tubos de escape laterales del vehículo, se le engancha el abrigo y
se desgarra, la suave piel blanca de su hombro derecho me deslumbra, la imagen
general se desdibuja, hasta que uno de los hombres le da una bofetada,
quebrando su resistencia y la empuja al
interior del vehículo.
- Ni se le ocurra llamar a la
policía, ni interferir en nuestros negocios, si no quiere que le pase lo mismo
que a su padre.- . Cuelgan con un sonoro golpe.
La segunda conmoción del día.
Justo cuando los recuerdos amenazaban con sacudir mi enfermiza mente, venía una
voz solitaria a confirmar mis peores sospechas. Mi padre no había desaparecido,
lo habían hecho desaparecer. Me levanto y me enfrento al recorte de periódico,
me apoyo en la pared y acerco la vista al descolorido rostro de mi padre. Sus facciones, muy parecidas a
las mías, mostraban un estado de felicidad y éxtasis inigualable. Él había
probado las mieles del éxito, él había sido un reputado miembro de la sociedad,
y aún así se lo habían quitado de en medio, ¿habrían hecho lo mismo con Adolf
Churchill?, si torres tan altas habían caído, ¿que no podrían hacerme a mí?.
Saco dos gruesos volúmenes de
derecho civil de la estantería y los dejo sobre la mesa, tras éstos, en el
fondo de la estantería, guardo una botella de Whisky. Whisky Keaton. Cojo un
arrugado vaso de cartón de la papelera y lo lleno hasta arriba. Lo vacío de un
trago. Lo vuelvo a llenar. Hago un brindis en dirección al cuadro.
- Tú si que sabías comportarte,
¿verdad padre?. Con tus trajes buenos, exquisitos modales, la “creme de la
creme”, ¿eh? - vacío el vaso y lo vuelvo a llenar. - Pero no, no tenías
bastante - mi voz suena ya bastante ebria, soy consciente que mi mente se nubla y de esa cálida sensación
y bienestar que me produce el alcohol - noo, tu queriasss, másss, queríass
reconocimiento, querías que ¡ TODOS TE BESARAN EL CULO¡.
Vacío el vaso de nuevo con un trago largo, el cálido líquido me quema las entrañas. Una sensación de nausea me sube por el estómago, comienzo a sollozar y me derrumbo sobre la mesa. Lanzo la botella contra el cuadro, el sonoro golpe rompe el cristal y la hoja de periódico planea hasta el suelo en una caída interminable. La botella golpea el rodapié y se hace añicos empapándolo todo. Quiero saber más, necesito saber más, la desaparición de mi padre siempre ha estado presente en mi vida y necesito saber qué es lo que pasó.
El sonido del teléfono me despierta. Son las 17:00 horas. El edificio va a cerrar. Descuelgo el auricular y la voz cascada del conserje me solicita que entregue las llaves y abandone las instalaciones. Me pongo la gabardina y el sombrero que encuentro que han acabado tirados en un rincón. Me limpió las manchas de vómito de la corbata y hecho un vistazo a la habitación. Sobre la mesa sigue la tarjeta que me dio la chica, ligeramente ladeada y manchada de bebida. Definitivamente no ha sido un sueño. La cojo y me la guardo en el bolsillo interior de la gabardina.
Con el pie remuevo los añicos en
los que se han convertido la botella de cristal y el cuadro, entre ellos está
el recorte de periódico, prácticamente transparente por los efecto del alcohol.
Lo cojo y me lo restriego en los pantalones para secarlo un poco. Unos números
grandes, escritos en tinta de color azul han aparecido al margen, junto a la
foto “S10M3B”. Lo guardo en el bolsillo del pantalón y rezo por que no se
estropee demasiado.
***
La llegada a casa no es muy
halagüeña, las resacas diurnas nunca me han sentado bien, y ésta no es una
excepción. Abro la puerta y me encuentro al dron preparando la cena. Nunca
dejarán de impresionarme las relucientes esferas perfectas que componen su
tronco y su cabeza. Me mira con cara inexpresiva mientras trajina en la cocina.
Oigo el zumbido de los dos propulsores inferiores, las hélices se mueven
rápidamente acuchillando el aire mientras el dron me acompaña al comedor. Me
pone un plato en la mesa, huevos con bacón. Otra vez. Este maldito trasto tan
sólo sabe hacer huevos con bacón.
Quizá la culpa sea mía por no haberle cambiado las tareas pendientes esta mañana. Como sea, se aleja zumbando y me deja con mis pensamientos y con mi cena. Me quito la ropa sucia y la lanzo al cesto que hay en el rincón esperando que en los circuitos del dron ya se haya grabado la orden de hacer la colada. Pongo la televisión, tan solo dos canales, el local de Keaton y un canal internacional en el que están emitiendo en directo las consecuencias de un bombardeo efectuado por una nación extranjera en el norte de nuestro país.
Dejo el canal local. Un anuncio
muestra las bondades de comprar en el Edificio de Negocios propiedad de los
Campbell mientras música de Pachelbel
suena de fondo. Una familia sonriente sale del edificio con un montón de bolsas
de compras y mostrando a la cámara el
fajo de billetes que sus ilustres abogados le han sacado al inquilino moroso
que no les pagaba. Horrendo.
El anuncio deja paso a las noticias locales. Dos mineros, con monos sorprendentemente limpios explican a la reportara el funcionamiento de las nuevas cámaras de seguridad que se han instalado en la mina para evitar desprendimientos, señalando que han obtenido un certificado nacional que asegura que son las más eficientes y seguras del Globo. Aparece el Alcalde Kingston y abraza a ambos mineros en señal de agradecimiento por sus servicios. Apago la tele de un manotazo y me tumbo en el sofá.
***
Texto: Joaquín Torregrosa Luis.
Imágenes: María José Torregrosa Luis.